ARGENTINA MODERNA
LA “ORGANIZACIÓN NACIONAL”:
LA FORMACIÓN DEL ESTADO NACIONAL BAJO UN MODELO OLIGÁRQUICO
En 1862, Bartolomé Mitre, prestigioso político de la élite
porteña, fue elegido presidente de la Nación. Inmediatamente se abocó a la
tarea de sofocar las resistencias del federalismo que, en distintas provincias,
se levantaban contra el poder de Buenos Aires. Según establecía la
recientemente sancionada Constitución, su mandato duró hasta 1868, año en el
cual fue elegido Domingo Faustino Sarmiento quien gobernó hasta 1874, seguido
por Nicolás Avellaneda, que presidió el país hasta 1880. Durante estas tres
presidencias, se creó el entramado de las instituciones que componen el aparato
estatal. Justo José de Urquiza. sin los representantes de Buenos aires, la confederación
argentina estableció las bases del estado en 1853, mediante la sanción de una
constitución. Un nuevo intento de construcción del Estado nacional se iniciaba.
Nacía marcado por el predominio de Buenos Aires sobre las demás provincias y
daba comienzo a un período que se conoce en la historia como la etapa de la
“organización nacional”.
Luego de décadas de guerras civiles, el propósito del grupo
que llegó al poder fue organizar la nación dando autoridad al Estado. Para
ello, se buscó terminar con los conflictos a través del uso legal de la
violencia. Su lema de gobierno fue Orden y Progreso. La primera palabra
remite a las ideas de Estado y política y a la regulación de las relaciones
entre provincias y sectores; la segunda hace referencia a la inserción del país
en el mercado mundial y a la conformación de las relaciones capitalistas de
producción. Este “orden” garantizaría, en adelante, el “progreso” económico de
un sector pequeño de la sociedad, una clase dominante, que mediante el control
de las instituciones de gobierno imponía un proyecto de país que los
consolidaba como élite. Entre las medidas que se tomaron en el proceso de
conformación de este Estado, se prohibió la formación de milicias regionales y
autónomas. Con ello se perseguía concentrar el poder militar en un único
organismo, el Ejército nacional, que monopolizaría el uso de la fuerza y la
violencia. El Ejército fue el medio para vencer a los caudillos del Interior y
a sus montoneras, que todavía ofrecían resistencia frente al centralismo
porteño y, también, para expropiar las tierras de los pueblos indígenas y
utilizar su fuerza de trabajo.
LA GUERRA DEL PARAGUAY O DE LA TRIPLE ALIANZA
Fue un conflicto bélico desatado durante la presidencia de
Mitre que se extendió entre 1865 y 1870. Fue pensado por Mitre como un
instrumento para lograr la unificación del país detrás de una convocatoria
nacional. Sin embargo, la guerra generó fuertes resistencias en el interior del
país, particularmente las lideradas por el caudillo federal Felipe Varela. En
la guerra se enfrentaron la Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay. Paraguay
había formado parte del Virreinato del Río de la Plata y desde su independencia
declarada en 1811 había logrado consolidarse como Estado y desarrollaba un
crecimiento económico autónomo con respecto a las potencias europeas. A su vez,
quienes gobernaban el Paraguay impidieron el desarrollo de una oligarquía
terrateniente y, alentaron, en cambio, a la pequeña propiedad en una forma de
tenencia de la tierra compartida entre el Estado y los campesinos. Pero toda la
potencialidad que tenía Paraguay fue frenada por la brutal guerra. Buena parte
de los combatientes paraguayos eran campesinos que peleaban en defensa de su
propia tierra. La mayoría de ellos murió en combate. El incipiente desarrollo
industrial se detuvo y desapareció el modelo de país paraguayo, un modelo
distinto al del resto de los países vecinos por su apuesta a la autonomía. En
la segunda mitad del siglo XIX, en pleno auge del imperialismo, este modelo de
autonomía tenía poco espacio para sostenerse y prosperar. Un signo del cambio
que implicó la guerra es que, al momento de su inicio, el Paraguay no tenía
deuda externa con ninguna potencia. En 1870, el país en ruinas se vio sometido
a tomar el rumbo de dependencia económica y social que ya habían adoptado los
países vecinos, sus vencedores.
Otro paso en el proceso de formación estatal fue la
unificación jurídica. Desde los años de 1820, cada provincia había sancionado
su constitución, elaborando sus propios sistemas de leyes y normas. A partir de
1862, fue necesario unificar esta organización legal, establecer una estructura
común: se sancionaron el Código Nacional de Comercio y el Código Civil, se
crearon oficinas públicas y juzgados, se ordenó la administración pública y se
organizó el Poder Judicial de la Nación. Asimismo, se creó el Banco Nacional y
un sistema de comunicaciones y transporte (correo, telégrafo, caminos y
ferrocarriles) que unió el territorio. El tendido de las vías férreas tenía
como principal objetivo la conexión de los centros productivos del extenso
espacio nacional con los puertos de embarque para la exportación. También se
sancionó una Ley de Colonización e Inmigración. Los sectores dominantes que
construían el nuevo Estado, pretendían construir una nación blanca y europea y
lo plasmaban en esta nueva ley que abría las puertas a la inmigración europea,
invitando a la población del antiguo continente del cual habíamos sido colonia,
a “poblar” este país. De esta forma, pretendían solucionarel “problema” de la
falta de mano de obra, aunque, en realidad, la sanción de esta ley mostraba la
preferencia por los trabajadores provenientes del viejo continente por sobre
los de origen criollo o nativo. Ni gauchos ni indígenas tenían lugar en el
ordenamiento en marcha: en la conquista de la Patagonia y el Chaco, emprendida
por el Ejército nacional, fueron masacradas las comunidades indígenas. Los
sobrevivientes fueron sometidos a servidumbre. La creación de escuelas y otras
instituciones educativas apuntaron a “educar al soberano” en un conjunto de
conocimientos indispensables para desempeñarse en las distintas actividades
económicas, así como en valores que justificaran el orden en construcción. En
1880, bajo la presidencia de Nicolás Avellaneda, se federalizó la ciudad de
Buenos Aires, es decir, se la designó como capital del Estado argentino. Al doblegar
la resistencia de algunos grupos porteños a la federalización de su ciudad, el
Estado nacional terminó de consolidarse, al poder ejercer una autoridad
indisputada en todo el territorio reivindicado como propio a través de un conjunto
diferenciado e interrelacionado de instituciones (jurídicas, impositivas, educativas,
entre otras).
LA CONSOLIDACIÓN DEL CAPITALISMO Y LA DIVISIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO
Durante el siglo XVIII, Gran Bretaña experimentó un proceso
de desarrollo industrial acelerado, conocido como Revolución Industrial. Este
proceso fue posible, entre otros factores, gracias a los avances tecnológicos y
a la apropiación de un sector de la sociedad de los medios de producción. Hacia
el siglo XIX, el desarrollo industrial se había extendido por Europa y Estados
Unidos. Estos países industrializados necesitaban materias primas baratas para
proveer sus industrias y alimentar a sus trabajadores. También buscaban
mercados en donde vender sus productos. Para satisfacer esas necesidades, estos
países iniciaron –a fines del siglo XIX– una expansión colonialista que implicó
la conquista de territorios en África y Asia, así como la generación de
condiciones para el desarrollo de economías primario-exportadoras en los países
de América Latina, ricos en variados recursos naturales. Durante el siglo XIX
se consolidó el sistema capitalista. La invención del ferrocarril y el barco a
vapor habían revolucionado el transporte. Asimismo, hacia finales de esa
centuria, se desarrolló la industria química y comenzó a utilizarse energía
eléctrica. Hasta ese momento, la humanidad se desplazaba a pie, a caballo o en
barcos empujados por el viento; a partir de esta época, gracias al trabajo y al
ingenio de los hombres, los nuevos inventos y la aplicación de esas tecnologías
representaron un avance extraordinario para el desarrollo económico. La
capacidad de carga aumentó, se abarataron los costos del transporte, las rutas
terrestres y marítimas unieron lugares distantes de todo el mundo. Estas nuevas
conexiones ampliaron rápidamente el intercambio comercial. Ahora bien, ¿quiénes
disfrutaron de la riqueza generada por la Revolución Industrial? Un amplio sector
de la población mundial se vio excluido; los trabajadores, los obreros de los
países industrializados vivían en condiciones inhumanas, cobraban salarios
miserables y trabajaban jornadas extenuantes. Los postulados del liberalismo
económico que se imponían en esos tiempos sostenían que el Estado no debía
intervenir en la economía. Así, durante el siglo XIX y las primeras décadas del
XX, la clase trabajadora no contó con legislación que regulara su situación
laboral, sus salarios y tiempos de trabajo; su vida estaba librada a la
voluntad de los patrones.
SOBRE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y EL CAPITALISMO:
“La Revolución Industrial que comenzó en Inglaterra a fines
del siglo XVIII, significó una nueva forma de organizar la producción, es
decir, de la forma en que las sociedades obtienen los bienes que necesitan para
sobrevivir. (...) El nuevo modo de organizar la producción permitió un salto
espectacular en las posibilidades humanas de producir bienes. Es por eso que se
habla de una revolución, la Revolución Industrial. Ella marcó el comienzo de un
nuevo sistema económico denominado capitalismo que, aunque sufrió muchos
cambios en los más de doscientos cincuenta años que tiene de vida, es el
sistema en el que vivimos en la actualidad. El capitalismo permitió, como gran novedad,
un crecimiento constante de la riqueza. También implicó que los hombres se
organizaran y relacionaran entre sí de manera distinta a como lo habían hecho
en el pasado. En las nuevas relaciones que ellos establecieron en la
producción, en las fábricas o en el campo, surgieron nuevos grupos sociales.
Por un lado, la clase obrera, formada fundamentalmente por los trabajadores de
las fábricas. A diferencia de los artesanos que vivían de la venta de las
mercancías que fabricaban en sus talleres –zapatos, telas, etc.–, los obreros vivían
del salario que les pagaban sus patrones, los capitalistas. Justamente, el otro
grupo social fundamental que se formó en este proceso fue el de los
“capitalistas o burguesía industrial”. Estaba formado por los dueños de las
máquinas y de las fábricas. Por su condición de propietarios, tomaban las
decisiones económicas con total libertad, sin consultar a los trabajadores que
formaban parte importante del proceso de producción. Los burgueses definían qué
mercancías producir y a qué precios venderlas; decidían también las condiciones
de trabajo que iban a regir en sus empresas. Contrataban a los obreros, les
pagaban los salarios y obtenían ganancias de las ventas de las mercancías. En
realidad, una burguesía rica ya existía desde hacía bastante tiempo, lo nuevo
era que ahora su riqueza se originaba en el trabajo de los obreros en las
fábricas. (...) Como dijimos anteriormente, a esta nueva forma de organizar la economía
y la sociedad se la denominó capitalista. Y no quedó limitada a Inglaterra.
Tiempo después, la experiencia inglesa estimuló el proceso de industrialización
en otros países. Francia, Alemania, los Estados Unidos y Japón comenzaron a
transitar su propio camino hacia el capitalismo industrial.”
MATERIAS PRIMAS Y MANUFACTURAS
Las materias primas son productos extraídos de la naturaleza
sin elaboración humana: cereales, lana, minerales, madera. Los productos
manufacturados son los elaborados por los hombres. A la materia prima, el
trabajador o el artesano le agrega un valor: su trabajo. Este trabajo
transforma la materia prima en un producto manufacturado (vestimenta, muebles,
ferrocarriles) que a su vez, se transforma en una mercancía que se vende en el
mercado.
DIVISIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO
Se conoce con esta denominación a la forma de organización
del comercio mundial y de las relaciones internacionales, vigentes entre 1870,
momento de apogeo de la política imperialista de las naciones europeas más
ricas, y 1930, cuando se produjo una de las grandes crisis del sistema
capitalista. Consistía en una división de tareas o de trabajos a nivel
internacional, en la que los países industrializados producían manufacturas y
las vendían en los países como los de América Latina, que, a su vez, los proveían
de materia prima para el proceso industrial. Aun cuando fue una época de
crecimiento del comercio internacional, la distribución de “trabajo” entre las
naciones se apoyaba en relaciones de poder desiguales entre los países
productores de materias primas y los países industrializados.
EL MODELO AGROEXPORTADOR
Nuestro país se incorporó a mediados del siglo XIX a la
División internacional del trabajo como productor de materias primas. La
relación comercial principal se estableció con Inglaterra. Dada la concentración
de la tierra en pocas manos, la falta de mano de obra y de tecnología, los
terratenientes argentinos se dedicaron en principio a la producción ganadera: principalmente,
se exportaba lana de oveja, cueros y carne conservada con sal. Más adelante, el
país se especializará en la producción de cereales y carnes refinadas. La
producción argentina se ubicaba en una situación de dependencia respecto de las
necesidades económicas de los países centrales, los que establecían precios y,
con su demanda, definían tipos de producción. Por ejemplo, cuando hacia
mediados del siglo XIX, Europa demandó lanas para su industria textil, los
terratenientes nacionales dedicaron todos sus esfuerzos a la cría de ganado
ovino. Luego, Europa comenzó a demandar cereales y las provincias de la zona
pampeana privilegiaron su producción. Finalmente, la demanda de carnes y las
posibilidades de transporte que representó el barco frigorífico llevaron a los
productores nacionales de esas provincias a convertir la cría de ganado vacuno
en la principal actividad junto a la producción cerealera. Los ingleses no sólo
se beneficiaban con la venta de sus productos en
nuestros mercados; también ganaron mucho dinero a través de
inversiones de
capital, que colocaron en:
• Inversiones directas en empresas ferroviarias,
frigoríficos, tranvías y bancos.
• Inversiones indirectas, es decir préstamos al Estado
nacional para realizar obras de infraestructura, como los trazados de las vías
de los ferrocarriles, la modernización del puerto, la compra de telégrafos y su
instalación, la modernización de algunas ciudades con la instalación de redes
cloacales y aguas corrientes, y la construcción de avenidas, edificios
públicos, etcétera.
LA INMIGRACIÓN MASIVA
La clase dominante y sus representantes en el poder
establecieron la idea de que nuestro país estaba desierto y que había que
poblarlo. Con el objeto de aumentar la cantidad de mano de obra, tomaron
medidas para alentar la inmigración. A través de proclamas en los periódicos de
Europa convocaron a quienes quisieran venir a poblar nuestro territorio,
prometiendo trabajo y tierras. Los dirigentes de nuestro país esperaban que
llegaran europeos del Norte que “civilizarían”, con su apego al trabajo y al
ahorro, a la sociedad nacional. Sin embargo, la gran mayoría de los inmigrantes
llegó desde Europa del Sur. Se trataba de la población “excedente”, la más
pobre, la de obreros analfabetos, expulsados de sus países por la primera gran
crisis del capitalismo de fines del siglo XIX. Hartos de la guerra y la
pobreza, llegaron a nuestro país con la esperanza de la tierra y el trabajo
prometidos. Entre 1850 y 1930, se calcula que llegaron cerca de 6.000.000 de
inmigrantes, en su mayoría procedentes de distintas regiones de Italia y
España. En un porcentaje menor, también llegaron franceses, rusos, alemanes,
polacos, galeses, irlandeses, armenios y judíos. Predominaban los varones en
edad de trabajar. Todos abandonaban las pésimas condiciones de vida y, en
algunos casos, escapaban de guerras y persecuciones religiosas. La gran mayoría
de los recién llegados se instaló en la zona pampeana. El régimen del
latifundio obstaculizó la creación de pequeñas unidades campesinas; por ello,
la mayoría de quienes se instalaron en el campo lo hicieron como peones rurales
que vivían en las estancias o como arrendatarios de pequeñas parcelas. Pero
muchos de los inmigrantes, la mayoría, se instaló en la ciudad de Buenos Aires.
Aunque el principal objetivo de la élite era la estructuración de un Estado que
garantizara legalmente la reproducción de una economía agroexportadora, había
que construir y consolidar también simbólicamente la idea de nación: una población
tan variada, en la cual alrededor de un 30% era de origen extranjero, requería
emprender una tarea de homogeneización cultural. Es decir, construir la nación
era también fundar el sentimiento de nacionalidad. Era necesario, para ello, la
generalización de la educación básica. Este fue el sentido de la Ley de
Educación Común (ley 1420) sancionada en 1884, que estableció la enseñanza
primaria, obligatoria, laica y gratuita. Se buscaba que los extranjeros, y
sobre todo sus hijos, aprendieran el idioma, las costumbres y la historia de
nuestro país, de modo de reconocerse como parte de la sociedad argentina. En
las escuelas públicas de todo el país comenzó a implementarse el culto a la
bandera al comenzar la jornada, y los retratos de José de San Martín y Manuel
Belgrano, entre otros protagonistas de la Independencia, fueron colgados en las
aulas.
¿GOBIERNO DE TODOS O DE POCOS?:
LA REPÚBLICA CONSERVADORA (1880-1916)
Hacia 1880, el Estado nacional se afirmaba como autoridad
inapelable. Pero, ¿quiénes gobernaban? ¿Quiénes accedían a los puestos más
importantes del Estado y el gobierno? Si bien la Constitución establecía que
nuestra forma de gobierno era una democracia, no todos podían ejercer sus
derechos políticos. Por distintos mecanismos como la exclusión de los padrones,
el sufragio de los muertos y otras estrategias fraudulentas, el voto de los
varones adultos era manipulado, generando, por ello y por la violencia que
solía estallar en los actos electorales, una escasísima participación popular
en las elecciones. Por otra parte, las mujeres no eran consideradas sujetos de
derecho. Tendrían que recorrer todavía un largo camino de luchas para obtener por
fin su derecho al voto. En realidad, quienes accedían al gobierno y a la
dirección del Estado eran los miembros del Partido Autonomista Nacional (PAN),
un partido que surgió de la alianza entre las élites o sectores más poderosos
de las diferentes provincias. El objetivo de esta alianza era garantizar los
privilegios económicos y políticos de estos grupos, particularmente de los
sectores agroexportadores. Se mantuvieron en el poder, a través de diversos
mecanismos que violaban la Constitución, hasta 1916. El régimen político que se
fue configurando aseguró el poder de una minoría, una élite que representó los
intereses de la clase económicamente dominante. Entonces, ¿era una democracia?
¿O se trataba de un gobierno de pocos para unos pocos? El Estado argentino se
consolidó bajo la dirección de sectores política y económicamente dominantes,
mientras se excluía a las mayorías. El concepto de “oligarquía” sirve para
definir la forma de gobierno que establecieron estos sectores, así como para
referir al grupo propietario de grandes extensiones de tierras, las más ricas
de la Argentina.
Oligarquía: Es una forma de gobierno en la cual el
poder supremo es ejercido por un reducido grupo de personas que
pertenecen a una misma clase social. El concepto procede del griego
antiguo, en donde “oligos” significa “pocos” y “arquía” es una
combinación de significados: “jefe” y “mandar”.
Los miembros del PAN eran “conservadores” ya que pretendían
mantenerse en el poder a través de prácticas políticas ilegales para conservar
las formas de una sociedad jerárquica en la que ocupaban un sitio privilegiado.
En efecto, no querían modificar la situación de privilegio que habían
construido a través de la fuerza. Pero esta élite, si bien conservadora en la
política, era económicamente “liberal”: defendía el avance de la ciencia, de la
técnica, así como ciertas libertades, como la de trabajo, la libertad de cultos
o el libre comercio que permitía satisfacer sin controles la demanda inglesa de
productos agrícolas y ganaderos que eran la base de su fortuna y poder. El
principal mecanismo para dejar fuera del manejo del Estado a amplios sectores
de la población fue la permanente utilización del fraude electoral. Esta
práctica fue posible por la cantidad de recursos con los que contaba la élite
para la organización y puesta en práctica de las elecciones. Gracias a la
utilización del fraude, este sector pequeño de la sociedad se sostuvo en el
poder por casi 40 años, pese a la creciente protesta social. El fraude fue posible
también por la forma de votar. Para poder votar, los individuos debían presentarse
ante comisiones encargadas de registrarlos en un padrón. Estas comisiones eran
manejadas por el partido en el gobierno y los padrones eran manipulados de
manera conveniente a sus intereses. Se excluían votantes no deseados y se
incluían hasta personas muertas, cuando las circunstancias apremiaban. Otra
práctica común consistía en (dado que el voto no era secreto y se decía a viva
voz) presionar o amenazar a los votantes para que favorecieran con su sufragio
al partido de gobierno. Otras veces, el fraude consistía en permitir que una
misma persona votara en más de una ocasión. Si aún con todas estas trampas no
se lograba garantizar la victoria, durante el recuento de votos se modificaban
datos, se eliminaban urnas o se alteraban los números. Además, cada vez que se
consideraba en peligro el apoyo de una provincia, la élite recurría a las
intervenciones federales para remover de sus cargos a los gobernadores
disidentes y colocar en su lugar a funcionarios adictos que aseguraran el
triunfo en las elecciones locales.
PERÍODO PRESIDENCIA
1880-1886 Julio Argentino Roca
1886-1890 Miguel Juárez Celman
1890-1892 Carlos Pellegrini
1892-1895 Luis Sáenz Peña
1895-1898 José Evaristo Uriburu
1898-1904 Julio Argentino Roca
1904-1906 Manuel Quintana
1906-1910 José Figueroa Alcorta
1910-1914 Roque Sáenz Peña
1914-1916 Victorino de la Plaza
LA REPÚBLICA CONSERVADORA (1880-1916)
LA “GENERACIÓN DEL 80”
Cuando hablamos de “élite”, no sólo nos referimos al mundo
acotado de los terratenientes bonaerenses sino que esta clase dominante se
extendía en todo el país. Formaban también parte del grupo privilegiado,
escritores, periodistas, políticos y científicos de tradición liberal. Cada
uno, desde sus lugares, aportaba a la construcción del “régimen conservador”.
Este grupo de personas es conocido como la “generación del 80” por el
protagonismo que tuvo durante esta época, en la política, pero también en la
literatura, en las ciencias, en la escultura o en la arquitectura. Admiradores
de la cultura europea, se inspiraban en sus expresiones artísticas y
científicas, en sus teorías políticas, así como en la manera en que sus élites
concebían el mundo. Como vimos, su lema, hacia fines del siglo XIX, era Orden y
Progreso. La idea de “progreso” se expresaba en el avance científico, la razón
y el desarrollo. El “orden” iba de la mano del progreso, ya que era considerado
imprescindible para hacer efectivo el progreso. El Estado sería el encargado de
garantizarlo. El pensamiento de esta generación se inspiraba además en el
laicismo francés, una corriente que defendía la separación entre la Iglesia y
el Estado. Según esta posición, las funciones tradicionales de la Iglesia
debían rediscutirse, asumiendo los Estados muchas de ellas. Esta corriente
laica se reflejó en la Argentina, en la sanción de leyes como la Ley 1420 de
Educación Común (1884) y las de Registro y Matrimonio Civil (1884 y 1888,
respectivamente). A partir de esta nueva legislación, la Iglesia dejó de tener
el registro y el control de los nacimientos y defunciones, de los matrimonios y
de la educación, y estos pasaron a la esfera estatal.
LOS SECTORES POPULARES: TRABAJADORES NATIVOS E INMIGRANTES
Como vimos, desde la perspectiva liberal de quienes
gobernaban la Argentina, el Estado no debía regular la economía. Por lo tanto,
tampoco regulaba la relación económica entre trabajadores y patrones. Esta idea
imperaba no sólo en nuestro país sino en gran parte del mundo, principalmente
en Europa, de donde provenían los millones de inmigrantes que se instalaron de manera
precaria en nuestra tierra. Estos extranjeros tenían sus orígenes en sectores
marginales y pobres de los países del sur europeo y en nuestro país no se les
concedió lo prometido, es decir la propiedad de la tierra. Sólo algunas
colonias de campesinos europeos recibieron tierras en la región litoral y en la
Patagonia. El sistema de latifundio impidió la partición de tierras en pequeñas
chacras campesinas. La gran mayoría de los inmigrantes terminó por tanto,
viviendo hacinada en los famosos conventillos de los barrios de La Boca y San
Telmo en la ciudad de Buenos Aires y también en Rosario, la otra ciudad que
recibió a muchos de ellos. A la “chusma” de mestizos, indígenas y gauchos que
eran la fuerza de trabajo tradicional se le sumaron los inmigrantes que se
emplearon como trabajadores en pequeños talleres urbanos, en los ferrocarriles,
en el puerto o bien como jornaleros en el campo. Algunos conocían un oficio y
se dedicaban a producir pan, productos de carpintería o calzado. Pero ya fueran
nativos o extranjeros, en estos años, los trabajadores no contaban con leyes
que protegieran su situación laboral; no tenían un salario mínimo, ni una
jornada de trabajo establecida por ley, de manera que quedaban sujetos a la
voluntad del empleador. Trabajaban extensas jornadas por salarios miserables.
Los trabajadores rurales, en muchos casos, cobraban en “vales” que debían ser
cambiados por comida en las proveedurías de las estancias en las que
trabajaban. Otras veces se les pagaba con comida en mal estado. Los
trabajadores, urbanos o rurales, no tenían jubilación, vacaciones ni protección
médica; cualquier enfermedad que los dejaba parados los condenaba a la miseria
y si morían, su familia quedaba totalmente desamparada. Las personas mayores,
si no podían seguir trabajando, no contaban con ningún tipo de ingreso. Tampoco
se pagaban indemnizaciones por despido. Estos beneficios que hoy conocemos y
valoramos, no formaban parte de las ideas de la época o recién comenzaban a
discutirse.
La situación de vida siempre estructura ideas y formas de
pensar. Las difíciles experiencias compartidas en fábricas y conventillos
condujeron a muchos trabajadores a resistir y a organizarse. Las primeras
formas que ellos encontraron para defender sus derechos fueron las Asociaciones
de Socorros Mutuos, principalmente conformadas por varones y mujeres
provenientes de un mismo país. Luego se formaron las Sociedades de Resistencia,
una suerte de sindicatos primitivos. Eran organizaciones nucleadas por tipo de
actividad que reclamaban mejoras en las condiciones laborales y llevaron a cabo
las primeras huelgas y protestas.
Para los llegados a nuestra tierra, la realidad no era muy
diferente que en sus países de origen. La mayoría había abandonado su tierra
escapando del hambre, la pobreza y la guerra. Estas experiencias forjaron en
Europa distintas corrientes de pensamiento que cuestionaban la desigualdad y la
injusticia del sistema capitalista. Los inmigrantes trajeron desde sus lugares
de origen ideas anarquistas y socialistas que cuestionaban las bases del sistema
social. Los anarquistas no creían en las reformas ni en la utilización del
Estado como medio para cambiar la realidad, ya que para ellos las instituciones
del Estado garantizaban la reproducción del sistema capitalista; entonces, el Estado
era parte del problema. Había que destruir –aun con la violencia– al Estado y a
la Iglesia, la síntesis de la explotación. La mayoría de los trabajadores que
sostenían estas ideas eran de origen español e italiano y pertenecían al grupo
de los más pobres: albañiles, carreros, choferes y algunos peones rurales. Los
socialistas también cuestionaban las desigualdades del sistema, pero, a
diferencia del anarquismo, planteaban que la lucha de los oprimidos no tenía
que ir por la vía de la violencia y la revolución; los derechos se obtendrían a
través de huelgas pero fundamentalmente por la vía legal: había que ganar
elecciones, ingresar en las instituciones del Estado como el Congreso, por
ejemplo, y desde allí, cambiar la situación de los excluidos y de la sociedad
toda. Años más tarde, se formaron otros grupos, como el de los comunistas, que
criticaba las desigualdades del sistema económico y proponía un cambio hacia
una sociedad nueva basada en la organización de los oprimidos que, a través de
una revolución como la que se produjo en Rusia en 1917, tomaría el poder del
Estado para construir una sociedad sin clases, sin propiedad privada, igualitaria
y justa. Por último, en la década de 1910, prosperó una corriente denominada
“sindicalista”. Los “sindicalistas” no creían en las reformas políticas ni en
la revolución social. La lucha para ellos debía limitarse al pedido de mejoras
salariales y de condiciones laborales de los trabajadores organizados en
sindicatos. Eran los sindicatos los que negociarían con los patrones,
utilizando la huelga como forma de protesta. Los trabajadores se unieron en
sindicatos y en federaciones de sindicatos para tener más fuerza frente a sus patrones
y frente a un Estado que defendía los intereses de los sectores sociales más
poderosos.
Además de la represión directa, la principal respuesta de la
élite a las crecientes protestas obreras fue la sanción de leyes represivas.
Hacia 1900, el clima de huelga se había extendido en los frigoríficos, los
talleres metalúrgicos y ferroviarios, así como en algunas estancias. El
presidente Julio A. Roca declaró el estado de sitio y promulgó la ley 4144,
denominada “Ley de Residencia”, que expulsaba a todo extranjero que
formara parte de una organización obrera o de una huelga. Asimismo, el gobierno
prohibió la circulación del diario La Protesta (anarquista) y La Vanguardia
(socialista), y expulsó del país a muchos dirigentes, a la vez que encarceló a
indígenas que adhirieron a la lucha. En 1910, durante los festejos del
centenario de la Revolución de Mayo, la Federación Obrera Regional Argentina
organizó una protesta para mostrar que, a cien años de la Revolución de Mayo,
los sectores populares seguían siendo oprimidos. El presidente José Figueroa
Alcorta promulgó entonces la Ley de Defensa Social que limitaba la actividad
sindical y castigaba cualquier acto de lucha obrera, fuese de indígenas o de
inmigrantes, con la pena de prisión.
LA PROTESTA LLEGA A LOS SECTORES MEDIOS. LA DEMOCRATIZACIÓN DEL “RÉGIMEN”
No sólo los sectores populares se movilizaron y lucharon
contra un régimen que favorecía a los más poderosos. Desde la década de 1890,
pero particularmente en los inicios del siglo XX, crecientes sectores de clase
media alzaron su voz crítica contra el fraude y la violación a la Constitución.
En 1891 se formó la Unión Cívica Radical (UCR) liderada por Leandro N. Alem y,
desde 1896, por su sobrino Hipólito Yrigoyen. El nuevo partido criticaba fuer-
temente las prácticas políticas del Partido Autonomista Nacional.
Sostenía la consigna de “abstención electoral e intransigencia revolucionaria”
como forma de terminar con el monopolio del poder ejercido por la oligarquía.
La UCR exigía la vigencia de la Constitución, elecciones limpias y honestidad
en la gestión pública, el partido radical fue el primero en agrupar masivamente
a amplios sectores de las clases medias y a algunos trabajadores
especializados. Además de participar en la “Revolución de 1890”, el partido
intentó en otras dos ocasiones (1893 y 1905), tomar el poder por la vía
revolucionaria, a través de alzamientos armados.
Como consecuencia de las resistencias de los trabajadores y
de los crecientes cuestionamientos de los sectores medios, dentro de la élite
nucleada en el Partido Autonomista Nacional crecieron las discusiones acerca
del camino a seguir.
Un sector, liderado por Julio A. Roca, seguía sosteniendo la
voluntad de conservar el poder a toda costa con la utilización de los
mecanismos fraudulentos. Otros, representados por Carlos Pellegrini, José
Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña, proponían en cambio una reforma política
que frenara el descontento generalizado. La situación de protesta social era evidentemente
preocupante. Si la élite gobernante quería conservar sus privilegios, era cada
vez más claro que debían escucharse los reclamos de democratización del régimen
político, planteados por los radicales y otros partidos políticos opositores.
En 1912, el presidente Roque Sáenz Peña impulsó la sanción de la Ley General de Elecciones que establecía el voto secreto, individual y obligatorio para todos los ciudadanos varones mayores de edad. El objetivo era dar legitimidad al sistema político para salvarlo de su destrucción. De esta forma, la élite intentaba “limpiar” su imagen y hacer desaparecer los intentos desestabilizadores de los radicales y de otros grupos cuestionadores. Contra lo esperado por los miembros de la élite gobernante, en las elecciones presidenciales de 1916 ganó por primera vez un partido que NO era el Autonomista Nacional. Asumió entonces la presidencia el radical Hipólito Yrigoyen. Era el final de una etapa y el comienzo de otra, que se anunciaba más plural y democrática.
ACTIVIDADES:
1)
¿Quiénes son los presidentes que ponen las bases
para la nueva argentina?
2)
¿Cuál es el lema de esta etapa?
3)
¿Por qué se produce la Guerra con el Paraguay?
4)
¿Qué es el Capitalismo? Y ¿Cómo se consolida?
5)
¿A qué se
llama división internacional del trabajo?
6)
¿Cómo se incorpora la Argentina en la división
internacional del trabajo?
7)
¿Paraque se fomentó la inmigración?
8)
Explica ¿porque esta etapa recibe el nombre de
Argentina oligárquica y conservadora?
9)
Realiza una línea de tiempo con los presidentes
que gobernaron la etapa de la Argentina Moderna.
10)
¿A qué se llamó generación del 80?
11)
¿A qué se llamó ley de residencia?
12)
¿Cómo llega al fina esta etapa de Argentina
Moderna?
13)
Observa el siguiente video y realiza un comentario
de no menos de media carilla.
https://www.youtube.com/watch?v=oBKJJR8hU6E&ab_channel=YerimenArcamone